E L H O R R O R . . .

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El conflicto que no cesa, las víctimas que caen, despanzurradas, bajo la menaza perenne. . . de los misiles artesanales, teledirigidos, letales, mortales, sin aviso previo, sobre la población civil, con heridos y muertos que reventarán de ira santa entre los supervivientes. El horror en el principio que ya nadie recuerda. El horror en el espanto frente a la última víctima inocente. El horror entre el polvo y las lágrimas secas de polvo y miedo. El horror contra la naturaleza que no ceja. El horror inoculado en el adn de varias generaciones. El horror con la razón y con la sin razón. El horror y el odio desatado hasta los tuétanos de los israelíes, de los palestinos, por este orden o por el inverso, odiándose a muerte, ante las injusticias que a diario se concretan contra el enemigo que no se admite, contra el que se pretende utilizar todos los medios para acabar con él. El horror instalado en el odio argumentado, en el odio que atenta, hiere, mata, asesina. . .en nombre de sus dioses respectivos. El horror como ofrenda al dios verdadero de cada facción, de cada pueblo, asesinándose hasta el horror que nadie soporta ni entiende, sin que ninguno de esos dioses acuda a evitar el horror, las matanzas sucesivas, los secuestros, los atentados, los asesinatos selectivos, la invasión solapada, los campos de refugiados, el desamparo y el abandono, el miedo y el horror una y otra vez hasta el espanto que no cesa. El horror en Oriente Medio, el horror en las tierras del Jordán, el horror sin haber logrado que acerquen sus posturas, el entendimiento imposible, mientras el rosario de víctimas aumentará como un goteo inhumano y letal. El horror extendido ante los ataques que no se anuncian, a través del odio imparable, invocando la razón del dios de cada uno, sin saber muy bien quien da la espalda a la razón y a la verdad imposible de escudriñar. El horror y la vergüenza humana de quienes son incapaces de entenderse, de respetarse, de dejar de matarse, más allá de la razón que ya nadie sabe dónde se encuentra, a qué dios invocar, ciegos los seres humanos en sus creencias que les impide entenderse entre ellos, mientras los dioses callan y los hombres se matan encarnizadamente. El horror descabalgado de toda cordura, de toda capacidad de entenderse, de toda esperanza en el género humano que solo sabe atrincherarse, odiar, saltar y matar al enemigo, con la mayor saña posible, en nombre de sus razones que no traen la paz, que solo son capaces de extender el odio hasta extremos inimaginables. Torre del Mar 9 – julio – 2.014