T E R N U R A

  • Categoría de la entrada:Opinión

Y con frecuencia rememoro la escena, doméstica en el ambiente mortecino de la cocina familiar, en la vivienda aquella perdida en la nebulosa de mi infancia primera, de cuando uno aún apenas recuerda cabos sueltos, sensaciones, imágenes, la galería que se asomaba sobre el patio de la parra que dibujaba una sombra agradecida en los atardeceres recogidos, en la intimidad familiar, con mi padre tan orgulloso de sus hijos, con la madre vigilante, tan maternal, tan fuerte.

Como entonces, que aún no se me ha borrado la escena, conmigo abrazado por mi madre encima de la mesa, en medio de la cocina apenas alumbrada, con mi padre tras algún ratón que se habría escapado de la carbonera, seguramente, en una escena de concordia familiar, sin duda, ante el peligro manifiesto, conjurado por la decisión de mi padre.

Y se me quedó grabada aquella escena, impactado por la situación que acabó, seguramente, con unas carcajadas entre nerviosas y de alivio, cuando yo me sentí tan protegido, tan querido.

Y desde el fondo de mis primeros avatares, desde la sensación duradera de la tibieza hogareña, viene muy bien recordar que somos quienes fuimos, tan felices, tan queridos, por quienes se desvivieron por guardarnos de todos los peligros que creyeron que podían hacernos algún daño, aunque solo fuera la presencia de un «saguchu» inofensivo en los tiempos de antaño, en los tiempos de cuando nos asomábamos a la vida, fieros y confiados. Torre del Mar 31 – agosto – 2.014